Por: Nohemí Sosa Reyna.
“Yo no sé qué lleva
más allá de mis ojos
y me dobla las fuerzas
como ramas”.
Encuentro en la poesía de Dolores Castro una sombra de
melancolía.
Y aunque el mismo Aristóteles ha escrito que “los
melancólicos son naturalezas serias y dotadas para la creación espiritual”
(Problema XXX, I) ese sentimiento que acompaña a la edad adulta y a la tierra
en otoño, impregna con dolor de ausencia la expresión de la poeta autora de El
Corazón Transfigurado, y nos da enorme enseñanza de la amistad creativa, a través
de los años, desde su amistad con la imponente escritora Rosario Castellanos y
años después con Amparo Dávila y Enriqueta Ochoa, ascendiendo a las cumbres de
nuestra literatura con el Grupo de los 8, al lado de la propia Castellanos,
Alejandro Avilés, Javier Peñalosa –su esposo- , Roberto Cabral del Hoyo,
Octavio Novaro, Efrén Hernández y Honorato Ignacio Magaloni.
De ella expresa Alejandro Avilés “en esta rosa del alma, que
es transfiguración del sentimiento, finca Dolores su lenguaje poético”, por su
parte, su esposo le deja un caudal de luz, la poeta escribirá, “Todavía estoy
prendida/ al fuerte canto de tu corazón/ activo y deslumbrante.” Muy cerca y en
ese culto a la amistad, estarán Manuel Ponce, Inés Arredondo, Emilio
Carballido, Luisa Josefina Hernández, Pita Amor y en su generación
universitaria de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional
Autónoma de México, Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez, Tito Monterroso,
Otto Raúl González, Carlos Illescas y Ninfa Santos.
En medio de este río caudaloso de talento y creatividad ¿cómo
no iba a crecer la sensibilidad de Dolores Castro, entera y rebosante, sí es
preciso hasta el dolor y el gozo entrañable?
Así, Efrén Hernández, uno de los mejores narradores de
nuestro país, se refiere a ella así,
“Sápida a ese gusto que adquiere cuando viéndonos requerida con demasiada
asiduidad por la tribulación, se hace a estar y llega a considerar como suyas
las estancias y las formas de la sensibilidad, la inteligencia de Dolores
Castro ya casi no es reconocible en su voz, de tan húmeda y enternecida como ésta
brota.”
Aparece en su poema “Destino”, la permanente búsqueda, esa
nostalgia de
querer permanecer siempre iluminada por los otros, por Dios.
Si no fuera porque al
herirse piedra contra piedra
algo va de nosotros en
la chispa,
toda va de nosotros en el fuego que se aleja.
Este perderse así de iluminado,
este perder la cuenta
y la noción de sí, “
En una ocasión conversamos en un receso del Encuentro de
Mujeres Poetas en el País de las Nubes, en Huajuapan de León, Oaxaca, en plena
Sierra Mixteca, como siempre sonriente y rodeada de poeta, citó aquel versículo
de La Biblia, “de la abundancia del corazón habla la boca”, esa necesidad de
comunicación humana, cálida, le ha dado fundamento con su poesía, ya lo escribió
también en su ensayo: Dimensión de la Lengua en su Función Creativa, Emotiva y
Esencial, ahí escribe y reflexiona, “ En los límites de la vida humana
determinados por el espacio y el tiempo, la poesía abre una ventana desde
donde
ilumina las limitaciones nuestras”, así en el poema “Cantar”, dice:
Traigo la boca llena
con el eco del mundo
que llega
con su piel de oveja,
que se amansa y entra,
que dentro se acuesta
para crecer,
hasta quebrantar
mi pequeñez.
Lo que más nos sorprende en Dolores Castro es su personalísima
voz, una voz no reconocida en toda su grandeza en nuestro país, una voz que aún
en su búsqueda interior no olvida a los que sufren y a los desheredados, los
marginados, los seres esforzados que sufren infortunios.
Allí están bien
silencien sus estómagos vacíos.
En pocas palabras quita la vestidura hipócrita a la retórica
política:
Hablar, hablar.
Bonito y adobado.
Palabras grandes
y de flor marchita.
En el libro “Soles”, publicado en
1977 y al que pertenecen los poemas que incluyen estos versos, encontramos uno
de los puntos más altos de la escritora nacida en Aguascalientes, hace casi
noventa años, ahí se incluyen poemas como “Los desollados”, “Y mudos ante el árido
paisaje”, “Soles”. Y en su libro “Cantares
de Vela” (1960) encontramos poemas, expresionistas, de nuestro paisaje, muy
bellos, como lo es “El Huizache”, creación literaria donde casi podemos oler el
terso aroma de las minúsculas flores y
logra casi humanizar el árbol, que viene a ser una alegoría del dolor del
paisaje desértico mexicano.
También encontré en este repaso biográfico que Dolores
Castro ya tenía una increíble madurez, cuando apenas tenía veinte años, que dio
lugar a la creación de su Corazón Transfigurado, un corazón que ya latía con
dolor y añoranzas, ya era poeta, ya pagaba la dura cuota de los ojos abiertos
ante el mundo, del sentimiento intenso y la consciencia plena.
Soy un pájaro roto que cayera del cielo
en un molde de barro;
soy el juego de un niño;
apenas soplo, lodo y su saliva;
soy el barro que guarda
este pájaro herido en la caída;
soy el caído pájaro que canta
en su dolor y en sus limitaciones;
soy todo lo que vuela, la ceniza,
el muro, el viento, el pájaro, el olvido.
© Nohemí Sosa Reyna