martes, 7 de mayo de 2013

UNA PUCHA DE SOLES PARA DOLORES CASTRO EN SUS NOVENTA


Una pucha[1] de soles para Dolores Castro en sus noventa

                                                Por Carmen Suárez León

En los ficheros de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, y como donación del poeta cubano Cintio Vitier, existe un ejemplar del poemario Soles, de Dolores Castro, poeta mexicana, con la siguiente dedicatoria de su puño y letra: “Para Fina García Marruz y Cintio Vitier con el recuerdo de su magnífica poesía y alegrándome de que estén en la Cuba de hoy” y a continuación, después de su firma se leía esta precisión interrogativa: “¿Recuerdan la revista Poesía de América? De ahí soy.” Aunque la dedicatoria no presenta una fecha, el poemario Soles se publicó en 1977,[2] el mismo año en que la Sala Martí de la Biblioteca Nacional, al frente de la cual oficiaban Cintio y Fina, se extinguió para fundar el Centro de Estudios Martianos, debe ser entonces fecha muy probable de este regalo y presumible encuentro ya que allí quedaron en calidad de donación libros reunidos por ellos en sus largos años de trabajo en esa institución.
Y en este año de 2013 celebran sus noventa años tanto la mexicana Dolores Castro como la cubana Fina García Marruz, dos cumbres de la poesía en lengua española, de modo que, de  esta conjunción que el azar concurrente del que hablaba Lezama me regala, nacen estas señales de saludo y celebración que  hago desde La Habana.
Como sabemos todo poeta domina un espacio y crea un universo con sus palabras, y en su cuerpo poético lo que nos presenta es algo vivo, donde hacemos la experiencia de un saber único, el de la criatura y su espacio-tiempo vivido.  Toda una mañana habanera,  luminosa y fresca,  consumí en la lectura de Soles,  y fue una experiencia mexicana tan intensa, que el sentimiento de lo leído me traía con una fuerza que arrollaba el paisaje inmediato, mi costumbre cubana, y me sumergía en esa espiritualidad tan particular, tan diversa y tan una al mismo tiempo que se experimenta en el ámbito de la mexicanidad, en su enorme continentalidad sincrética, que lo atraviesa todo, tanto lo material como lo inmaterial, con una tremolación idéntica en cada fragmento.
Soles es un ramillete de conjuros rituales sobre una realidad dolorosa y querida, con los que la autora reflexiona sobre su(s) mundo(s) y está dividido en cinco ramitos: Furtivo Paso, Nocturno, Y mudos ante el árido paisaje, Estructuras y Soles.  Un poema sirve de entrada a todos los segmentos:
Cómo arden, arden
mientras van a morir atravesadas
las palabras.
Leñosas o verdes palabras.

Bajo su toca negra se enjaezan
con los mil tonos de la lumbre.

Y yo las lanzo a su destino;
en su rescoldo brillen.
Su materia es la palabra y a manera de dardos luminosos las lanzará hacia un destino presumible en el que brillarán. Siempre se tratará de luz y de tinieblas, de ciclos o soles a la manera de las grandes religiones azteca o maya y  cada verso es intento de conocimiento, de comprensión y crítica de círculos diversos dentro de los que desenvuelve su existencia.
Somos el accidente:
 el equilibrio
de una garza en el viento:
somos el viento. (“Somos”.)
Y los cuatro elementos: aire, tierra, agua y  fuego campean en los versos como asociados a la luz y a las tinieblas, como bien y como mal, y siempre conformando más preguntas que respuestas: “Y sin embargo, noche, / tú debes tener otra respuesta: / no sé si sean muchas respuestas” (“Noche”). Todo el mundo natural es interrogado, en un tanteo primordial en busca de certidumbres. Es un mundo plural, pensado siempre entre lo uno y lo diverso, como mundo donde el mestizaje y el cruzamiento de culturas rige la vida.
Esa reflexión de corte existencial, muy abstracta, se fija concretamente en versos áridos, salidos de los días sangrientos de la matanza de Tlatelolco en 1968, donde un bestiario de “rumiantes”, “camaleones de raza”, “mansísimos corderos”,  remata en una crítica ácida a los intelectuales:
Mientras tú trabajas
yo pienso por ti.

Y si tú sufres
yo sufro por ti.

Y si tu comes
yo ya comí.

Y si te matan
yo no morí. (“Intelectuales S.A.”)

O de versos que duelen, como los que se dedican a la tortura: “Sólo se trata de colgarlos / y que hablen”  o   “… y duele / que esto / ya no le duela / a nadie”. (“Tríptico”.)
Sigue una meditación sobre pirámides enterradas, y ojos que emparedan, como si el mundo todo se hundiera en una cerrazón inapelable:
Ojos fijos, duros, almendrados,
de párpados que alzan
recios muros, pirámides
cada vez más profundas
hacia abajo. (“Estructuras”)
Y se cierra el poemario con  el manojo de versos titulado “Soles”, que le da título al poemario, donde la idea de un diluvio, de un anegamiento, purificador  tal vez,  ya expresada antes ―”Si de una vez nos arrastrara el agua / con todo y todo”―, se despliega  en una “enagua azul” de viento y agua,  en un vuelo que viene a ser un lento paso en que todos los elementos participan  para afirmar que,
Y el señor de la noche fue vencido
por la primera estrella
y el silencio
por la palabra
y el miedo
por los primeros pasos
fuera
de las murallas. (“Peregrinaciones”.)
Aunque el último poema será también una invocación interrogante construida con un ubi sunt bien clásico y que es lanzada esta vez a los niños muertos y a los adultos muertos, apegándose con humildad a la tradición que celebra la muerte los días primero y dos de noviembre en México, en la que se abrazan con abrazo mortal y eterno los soles del  invandido y los del invasor: “¿Adónde tanto, tanto, tanto sueño”.
En sus noventa, pues,  soles, soles cubanos para la poeta mexicana Dolores Castro.



 © Carmen Suárez León




[1] Cubanismo que significa “ramillete”.
[2]  Castro,  Dolores. Soles, Ed. Jus, México, 1977. 72 p.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario